lunes, 29 de octubre de 2007

ALGUNAS COSITAS

NARRACIONES

Dorian

La mujer que baja del tren con varios bultos tiene el cabello rubio, peinado batido alto, y un rouge rojo fuerte que resalta la palidez en sus facciones. Al principio me había entusiasmado cuando esta mujer llamada Elede, y amiga de mi madre, nos llevó a la plaza del pueblo a sacarnos fotografías. Ella le dijo a mamá que luego comenzaría a hacer un boceto para la pintura al óleo de las tres nenas. Mi padre esgrimió una leve protesta ante mi madre, desconfiando de las dotes de pintora de la dama que a partir de allí vendría semana a semana desde Cañada de Gómez con caballete, pinceles, óleos y lienzos. A medida que iban pasando los días de pinturas y poses comenzó la etapa más odiosa. Mirarse en el retrato para ver si había algún parecido en ese arte mimético que practicaba la Elede Damiano. Mi padre sonreía burlescamente a la vez que recriminaba suavemente a mi madre el precio que la pintora iba agregando a su obra. Ya no era divertido para nosotras jugar a las modelos y quedarse inmóviles durante algunas horas para que la artista captara nuestras expresiones y las plasmara en el lienzo. Ni parecidas solíamos decir cuando se marchaba la Elede en el tren, como había llegado. Cada visita que venía a la casa opinaba y hacía su crítica. Leonor, ni parecida, Beatriz parecida a Jacky Kennedy, y a mí… a mí me daban cierto parecido con la real. Comenzamos a odiar el retrato al que ya ninguna quería parecerse y que, como había costado sus buenos pesos a mi padre y lo había pintado la amiga de mi madre, siguió instalado años y años en un lugar de privilegio en el living de la casa. La distancia, el tiempo, los años, y una mirada profunda revelan cierta mueca en la sonrisa de un cuadro que no es Dorian Gray y que ya no preside ningún living aunque persiste en el desván de alguna y nadie acaba por destruir.


Matarife


El hombre de baja estatura secándose los bigotes se arregla prestamente la ropa, sube el cierre de la bragueta y esconde su abdomen prominente entre la camisa Grafa y el cinturón que lo aprisiona al pantalón blanco de matarife. Ese blanco que encandila por el mediodía se habrá salpicado de sangre mientras la hoja de la cuchilla refleja los primeros rayos de un sol incipiente antes de ser guardada en el bolso de cuerina negra. En momentos previos la muchacha se escabulló de la cocina al baño donde ahora una ducha caliente casi hirviendo es procurada por el calefón eléctrico. Un cepillo de duras cerdas raspa con fiereza la piel de la mujer niña hasta dejarla roja. Cuando el hombre cierra la puerta de calle y marcha hacia su habitual trabajo la niña cierra la ducha, se acuclilla frente al inodoro y vomita todo lo que su estómago pequeño le permite. Ahora ella se viste y frente al espejo dibuja sus labios de rosa tenue, ingresa luego al dormitorio de la madre, la besa y se marcha para la herboristería. En la esquina espera como cada mañana un joven que cruzará el brazo tostado por sobre su hombro haciendo más fácil el camino al trabajo.
La tarde acalorada trae a la chica a su casa donde el hombre de baja estatura y abdomen prominente espera con ansias. Ella esquiva la mirada lasciva y con los ojos puestos en nada realiza el recorrido de siempre.
Al caer la noche, después del baño hirviente y de violentas cepilladas la muchacha sale, camina y encuentra al chico que la acompaña cada mañana al trabajo mientras detrás de la ventana el hombre de abdomen prominente observa.
El baile cubre de sonrisas la piel roja de cepilladas y la madrugada amena la lleva de la mano de él.
El matarife realiza en su casa el habitual trabajo y el pozo cancelado de agua salitrosa guarda por algunas horas el cuerpo joven de piel rasguñada con una fina pero certera escisión en el cuello.

POEMAS

Laten
En la memoria
Que miente y desmiente
Fechas, hechos,
Y acontecimientos.
Superando a la vigencia
Del calendario.
La vida como calle,
El tiempo como tránsito,
Y heridas como denuncia
Dicen:
Que por las grietas
De baldosas dislocadas,
De veredas rotas
Por pujantes raíces,
Se deja ver
Lo que de allí se desprende:
Una montaña de pasado
Que se apila y eleva
Cuerpo sobre cuerpo
Hasta la última capa
De cobertura transparente
Donde se oculta
La desnudez con anonimato.


Derrumbe



Corren.
Gritan.
El cabildo viejo
Se conmociona
Y la pérdida
Se videncia en el balcón.

Los deseos se diluyen
Se sepultan
Debajo de los escombros
Que dividen
A los vivos de los muertos

El patio colonial
Ha perdido sus malvones
Que yacen empolvados
En medio de la catástrofe
Donde ya no se distingue
Un mundo de otro.

El momento del prócer
Ha pasado inadvertido.
Sólo la mente
Toma nota
De la que el futuro
Dará cuenta.


ENSAYOS


La voz de Charles Bovary

Al abordar las configuraciones del amor en “Madame Bovary” de Gustave Flaubert y teniendo en cuenta la concepción de Denis de Rougemont acerca de la transmisión del mito cortés profanado por la “vía novelesca” (que al mismo tiempo que lo trasmite vela) podríamos pensar que en esta obra coexisten al menos dos “estructuras” diversas entre sí: la que se asienta en el personaje de Emma y la que surge del personaje de Charles.
Por lo general la crítica hace eje en el personaje de Emma, que carga consigo el estigma de la gran ironía antiromántica de Flaubert, pero no hay abundancia de trabajos que centren análisis en el personaje de Charles, a pesar que es con éste con quien el autor comienza y finaliza la obra.
En el primer capítulo, el narrador testigo utiliza la primera persona del plural para construir la esencia de la tipología de Charles Bovary. La diferencia entre singular y plural en el uso de la primera persona no es trivial sino determinante en la estructura narrativa que a partir de la tercer página del primer capítulo derivará en la tercera persona del singular, estilo indirecto libre, procedimiento de escritura que permitirá al narrador borrarse al mismo tiempo que saberlo todo. Las descripciones y las enumeraciones son figuras de una retórica metonímica que aporta la coexistencia de diversos elementos significativos que le otorgan al personaje de Charles un modo de ser. Puede pensarse que ese modo, esa significación, surge en la novela entre dos párrafos:

“Era uno de esos gorros de tipo heterogéneo, donde pueden encontrarse elementos del morrión, del chapska, del sombrero hongo, de la gorra de nutria, y del gorro de dormir, en fin, una de esas prendas desgraciadas cuya muda fealdad alcanza abismos comparables a los del rostro de un memo. De forma oval y sujeta por ballenas, empezaba por tres morcillas circulares; luego separados por una franja roja, se alternaban unos rombos de piel de conejo con otros de terciopelo, y a continuación venía una especie de saco rematado por un polígono acartonado con barroca guarnición de pasamanería, del que colgaba, al extremo de un cordón largo y fino, una especie de bellota trenzada con hilos de oro. Estaba recién estrenada, y la visera relucía.” (Pág 8)

“Todo volvió a la calma. Las cabezas se inclinaron sobre las carpetas, y el nuevo guardó durante dos horas una compostura ejemplar, a pesar de que alguna que otra bolita de papel, lanzada desde la punta de un portaplumas, viniera a estrellarse en su cara. Pero él se limpiaba con la mano y seguía inmóvil, con los ojos bajos.” (Pag.10)


La voz narrativa desarrolla la genealogía de Charles y las relaciones de éste con sus tres Madame Bovary, madre, primera esposa y Emma. Poco menos de cincuenta frases, en un libro de más de cuatrocientas páginas, son las que Flaubert le ha permitido pronunciar a Charles. El narrador utiliza el estilo directo respecto de Charles en ocho oportunidades en la primera parte de la novela, veintidos en la segunda, y veinte en la tercera
¿Y cómo son esas frases? Una primera lectura puede catalogar la mayoría de ellas de irrelevantes, simples o vacías. Un análisis más minucioso puede indicar que esa voz apagada en los momentos de la obra en que aparecen está al servicio de un ideal de amor. La permisividad o el guiño que Flaubert hace al lector está dada en parte en estas frases de Bovary, sin sentido, o inconclusas, que abren una brecha en la omnisciencia del relato.
En consonancia con la caracterización inicial del narrador las primeras palabras del personaje en la obra se traducen a un balbuceo del nombre propio “Charbovary”, y a un tímido e inconcluso “Mi go...”, cuyo espíritu de timidez se repetirá en el momento que quiera solicitar la mano de Emma.
Mientras tanto la narración va avanzando operando la traducción del pensamiento y del sentir de Charles, hombre de pocas palabras. Para ejemplificar observemos la primera mirada sobre Emma que permite pensar esta imagen como el punto de partida de las visitas del médico a Les Bertaux, que aún no advierte la dimensión de esa primera atracción:

“A Charles le llamó la atención la palidez de sus uñas. Eran brillantes, de punta fina, más bruñidas que marfiles de Dieppe y las llevaba cortadas en forma de almendra. Pero las manos no eran muy bonitas ni quizás lo bastante blancas y tenía las falanges de los dedos un poco descarnadas. También era demasiado alta y no poseía la suficiente suavidad en la inflexión de sus contornos. Lo más bonito que tenía eran los ojos. A pesar de ser castaños, parecían negros a causa de las pestañas, y su mirada le llegaba a uno directa y franca, llena de osado candor.” (Pág21)

Se precipita la muerte de la esposa de Charles a causa de un disgusto de índole económico y retoma las visitas a Emma suspendidas a causa de los celos de Helöise.
El recurso de la frase tímida de la presentación del personaje se repite cunado Charles intenta pedir la mano de Emma: “-Señor Rouault- murmuró, al fin, cuando acababan de pasarlo-, tengo que decirle a usted una cosa”. El pedido lo completa el propio Rouault.
El estado del vínculo de la pareja nos es revelado por el narrador que ya utiliza decididamente la tercera persona del singular, desde dos perspectivas bien distintas. Después del casamiento, la insatisfacción gana a Emma prontamente en tanto que Charles
“…era dichoso y ninguna preocupación le venía a turbar. Poder comer con ella enfrente, dar un paseo al atardecer por la carretera principal, ver un gesto de sus manos arreglándose el peinado o su sombrero de paja colgado en el pestillo de la ventana, y tantas cosas más en las que jamás había sospechado que pudiera encerrarse motivo de placer, constituían ahora su dicha incesante”(Pag. 41)

La palabra de Charles aparece en diálogos con Emma después del casamiento, en la instancia del baile del Vizconde, subordinada al deseo de Emma, motivo de su orgullo, no baila porque a ella le parece mal, no fuma porque ella le quita la petaca hallada en las inmediaciones de la finca del vizconde y así casi en silencio la pareja avanza por vías paralelas hacia la segunda parte. Charles va por la vida satisfecho por la presencia de la mujer, su belleza, sus candores y Emma va desarrollando día a día su inconformidad, posando sus dedos en el plano de París, buscando sentido a las palabras de lo libros dicha, pasión y ebriedad.
El desdén y la insatisfacción de Emma encuentra su forma en enfermedad nerviosa y el recurso que encuentra Charles para tratar de obtener alguna mejoría en ella es mudarse de Tostes, pensando que algo de ese ambiente no le sentaba bien a ella.
La primera parte culmina con la partida de Charles y Emma embarazada hacia Yonville.
El nuevo sitio parece agradar a Emma que encuentra amistad en León, un pasante de notario que parece tener cierto refinamiento y cultura, más acorde con ella. La voz de Charles aparece en breves comentarios que realiza al farmacéutico Homais y al mismo León acerca de la relación de Emma con la lectura y su desinterés por cuestiones como la jardinería. Es un momento de transición y su palabra plana, sencilla y breve está presente. El narrador ha necesitado el recurso para sostener la escena equilibradamente.
Emma está embarazada pero es Charles quien sueña con el hijo que vendrá, se regocija con la paternidad con un sentimiento de plenitud que suele estar más ligado a las mujeres que a los hombres. A medida que se acercaba el momento del parto sentía que la quería más. Era como establecer otro vínculo carnal, como perpetuar la sensación de una unión aún más compleja. (…) se levantaba, la besaba, le acariciaba la cara, la llamaba mamaíta (…) Ahora ya nada le faltaba; ya conocía a fondo la existencia humana. Y se acodaba firmemente en la mesa, invadido de serenidad.” (Pág 104). La exclamación de júbilo de Charles por el nacimiento - ¡Es una niña!- hace de contrapunto con Emma, que se desvanece al ver a su hija por primera vez.
El amor de Charles está ligado a la experiencia, a la realidad diaria, necesita sostenerse en presencia. No padece de ninguna locura de apropiación, ni celos, ni desmesura. En las pequeñas frases de Charles que recorremos encontramos que es él quien promueve la ligazón entre Emma y Rodolfo, es quien le anuncia la partida de éste y es él quien facilita el reencuentro con León. Es un esposo que prácticamente no interroga y que es capaz de guardarse los baúles que compró Emma para irse con otro sin objetar ni indagar el origen del acontecimiento. Y es él único que la ha amado y que se encuentra acompañándola en su viaje a la muerte.
Las últimas páginas de la novela revelan un cambio en el personaje; un hombre entristecido como Charles demuestra un gran aplomo ante el hombre que hubiese deseado ser, buscando algún resto de Emma en él, habla de frente, interrumpe las banalidades de Rodolfo con un apesadumbrado Yo no le odio a usted y le devuelve la frase retórica que el amante había utilizado al abandonar a Emma: aquí no hay más culpable que la fatalidad. Y así, el mejor de los amantes que ella tuvo, no pudiendo soportar la ausencia, muere de pérdida.
A modo de conclusión podemos pensar que la voz esporádica de Charles Bovary cumple funciones esenciales, y puede ser pensada tanto como un efecto en la caracterización del personaje como en la estructura de la narración, ya que ha estado presente en cada transición de la obra y ha sostenido tesoneramente una estructura amorosa ligada a la vida, a la realidad, y al deseo de otro.